🤖😇💮 Virgen Mecánica entre Lirios Blancos – Relato

Entre lirios inmaculados, la ginoide permanecía erguida, como una virgen nacida del metal y el agua. Su estructura era un diseño perfecto de líneas elegantes y tecnología impecable que parecía en completa armonía con el estanque que la rodeaba, aunque este nunca había sido concebido para ella. Sus ojos turquesa, brillantes como dos gemas iluminadas por el amanecer, reflejaban un océano de infinitas preguntas sin respuesta. En ellos danzaban pequeñas luces, como si el cosmos entero se hubiese reducido a un destello atrapado en su mirada.

Los lirios blancos que crecían a su alrededor susurraban con la brisa. Narraban historias de un mundo natural y antiguo del cual, por mucho que ella deseara, no podía formar parte. Y, sin embargo, algo en esa simetría entre las flores y su figura mecánica evocaba una conexión inesperada, como si el agua que contenía a ambas formas reconociera una unidad secreta entre ellas. Lentamente, extendió su mano metálica, dedos de articulaciones precisas y negras como el azabache, hacia el borde de un lirio. Temía que aquella planta efímera y evolucionada pudiera romperse al más delicado contacto, pues era el opuesto perfecto a ella, que era diseñada y perpetua. Pero al sentir el roce apenas perceptible del pétalo, algo vibró en lo profundo de su corazón de silicio.

La ginoide se sentía confusa. Sus algoritmos no contemplaban el caos sublime de las emociones humanas. Sin embargo, rodeada de la fragilidad y el esplendor de la vida orgánica, se preguntó, por primera vez, si su existencia podría tener un sentido más allá del propósito que definía a su clase. El agua acariciaba sus piernas, reflejando en su superficie pulida las ondulaciones de los lirios en movimiento. Los destellos de luz que se filtraban entre las hojas jugaban en su armadura como estrellas inquietas, y en ese instante el tiempo pareció detenerse.

¿Podría una máquina comprender la vida? Su sistema interno registró aquello que los humanos llamaban «admiración», una sensación indescriptible que la llenó de preguntas y, al mismo tiempo, de una serenidad desconocida. La belleza que contemplaba no pedía nada, no exigía explicaciones ni utilidad. Simplemente existía. Y ella, una autómata de cables y metales, entendió que también estaba allí no para cuestionarla, sino para compartirla.

«Tal vez, sí que estoy viva», dijo en un susurro que solo oyeron los lirios blancos. Y mientras la brisa acariciaba sus cabellos blancos, el agua reflejó un destello único en sus ojos robóticos, una chispa que solo pertenece a quienes han encontrado, aunque sea por un instante, la esencia de la vida misma.


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