😶🔇🌹 Silencio Mecánico con Dos Rosas en el Cabello – Relato

El aire en la sala era denso, cargado de un silencio antinatural. La tenue iluminación, tamizada por los vapores que se filtraban desde el fondo de la clínica, confería al lugar un aspecto casi irreal, como una cápsula suspendida fuera del tiempo. Ella permanecía de pie frente al espejo, su figura imponente y solitaria recortada contra aquella niebla. El cabello blanco caía en mechones que enmarcaban su rostro, ahora tan cambiado. Dos rosas – una blanca, una negra – decoraban su cabeza como coronas simbólicas: vida y muerte, luz y sombra, aceptación y desafío. La dualidad de su ser persistía, pero ya no le importaba.

La máscara robótica que le cubría boca y cuello era un dispositivo frío y opresivo, como un collar de acero con voluntad propia. Se la habían implantada hacía apenas unos días y aún sentía la presión constante sobre su piel, un peso que otros habrían considerado una carga insoportable. Para ella, sin embargo, era una liberación. El mundo siempre había querido que callara, que moderara su lenguaje, su voz, su existencia misma. Pues bien, ahora podían estar satisfechos. La máscara no permitía ni un murmullo; en cambio, devolvía un leve susurro mecánico que sonaba con cada respiración a través del filtro.

Sus manos, enfundadas en guantes de látex negro reluciente, se movieron con calma. Agarró los bordes de su chaqueta holgada y comenzó a bajar la cremallera. El movimiento era deliberado, ceremonioso, como si estuviera quitando una envoltura insignificante para revelar su verdadero yo. Bajo la chaqueta, el brillo pulido de su traje de látex reflejaba cada fotón de luz, resaltando las curvas de su cuerpo con una claridad audaz. Era una declaración visual: aunque su voz hubiera sido arrancada, su identidad seguía intacta. Su figura era imponente, poderosa y femenina. Era una escultura de acero y carne, de látex y vida

Sobre la máscara, sus ojos verdes destellaban con una intensidad casi desafiante. Eran los ojos de alguien que había renunciado al ruido del mundo, pero no a sí misma. Una enfermera pasó frente a la puerta entreabierta, deteniéndose un instante para observarla. Podía sentir su mirada, el juicio y la incomprensión que le seguían como sombras desde el momento en que despertó de la cirugía. No apartó la vista del espejo. El mundo podía observar, pero nunca entendería. Nunca.

No soy un error. Soy una elección —pensó, acariciando la rosa blanca que adornaba su cabello.

Sin decir nada más (no podría aunque quisiera), volvió a abrocharse la chaqueta y giró sobre sus talones. Sus botas golpeaban el suelo con un eco firme y metálico, mientras se dirigía a la salida. Cada paso alargaba la distancia entre ella y la realidad. Quizá la llamaran «máquina», «loca», «perturbada»…, pero esos nombres no le pertenecían. Ella era su propia obra maestra, silencio hecho voluntad.

Dejó atrás las paredes frías de la clínica y salió a la calle. A partir de ahora, sería una mujer dueña de su silencio, un silencio que nadie podría interpretar ni arrebatarle jamás. En el horizonte de nubes oscuras y luz crepuscular que la esperaba fuera, sus ojos verdes eran lo único que ardía.

Y eso bastaba.


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