⛩️🌹💙 La Sacerdotisa de la Rosa Azul – Relato

En el santuario, la sacerdotisa permanecía inmóvil bajo la tenue luz que filtraban los ventanales. Su atuendo combinaba tradición y modernidad: la pureza del blanco y el rojo sagrado se entrelazaban con el brillo enigmático del látex negro. En el centro de su abdomen, una rosa respiraba con vida propia, como un secreto guardado en su interior. Era una rosa de un color imposible, una rosa azul de la misma tonalidad que sus ojos. Sus pétalos brillaban con un fulgor sobrenatural, pulsando al ritmo de los latidos de su corazón.

Ella no era como las demás sacerdotisas. Se decía que sus plegarias podían convocar nubes y detener tormentas, y que la rosa azul era la fuente de su poder, una conexión directa con los dioses. Pero en aquel momento, mientras jugueteaba con sus guantes oscuros, había algo más en su mirada: una duda, una sombra de nostalgia. Su reflejo en la ventana mostraba no solo su figura impecable, sino también el peso de una elección que aún no había hecho.

Afuera, el viento rugía y hacía temblar los cristales, impaciente por conocer su decisión. El tifón se acercaba desde el océano, una bestia desatada que amenazaba con destruir todo a su paso. Las aldeas cercanas ya sentían su furia: techos arrancados, ríos desbordados y campos arrasados. La gente rezaba, pero no a los dioses, sino a ella, a la sacerdotisa de la rosa azul, la única que podía calmarlo. Ella lo sabía. Lo había sentido desde que tan brutal tormenta comenzó a formarse en el horizonte marino, un eco distante que resonaba en su rosa. Cada vez que el viento golpeaba las paredes del santuario, era como si la tormenta le hablara, susurrando en un lenguaje divino que solo ella podía entender. Era una voz antigua, llena de ira y dolor, que clamaba por ser liberada.

Pero también escuchaba otras voces, más pequeñas, más frágiles. Las voces de los aldeanos, de los niños que temblaban en sus hogares, de los ancianos que recordaban otras tormentas, otras pérdidas. Eran voces que le rogaban, que le suplicaban que intercediera, que usara su poder para salvarlos.

La sacerdotisa cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo el latido de la rosa en su interior. Era un poder inmenso, pero también una carga. Cada vez que usaba su don, la rosa crecía un poco más, sus raíces se hundían más profundamente en su ser, en su alma. Sabía que un día, la rosa la consumiría por completo, convirtiéndola en una fuerza de la naturaleza, sin humanidad, sin recuerdos.

Pero ¿qué era más importante? ¿Su propia existencia o las vidas de las miles de personas que dependían de ella? La pregunta resonaba en su mente, una y otra vez, como el eco del trueno.

De repente, una racha de viento más fuerte que las anteriores golpeó el santuario, haciendo crujir las vigas y arrancando una de las ventanas. La sacerdotisa abrió los ojos azules y vio cómo la lluvia entraba a raudales, empapando el suelo de madera pulida. El viento llevaba consigo un grito, un alarido que no provenía de los aldeanos, sino de la tormenta misma. En ese momento, la sacerdotisa lo entendió. La tormenta no era solo un fenómeno natural; era un reflejo de su propia ira, de su propia lucha interna. La rosa azul no solo le daba poder sobre el clima, sino que también la conectaba con las emociones más profundas del planeta. Y ahora, esa conexión le mostraba la verdad: no podía controlar la tormenta sin enfrentar su propia ira, sin aceptar el dolor que llevaba dentro.

Con un movimiento decidido, se quitó los guantes de látex y colocó las manos sobre la rosa. Sintió su calor, su energía, y dejó que fluyera a través de ella. Cerró los ojos y comenzó a cantar, una melodía antigua que había aprendido de sus maestros. Las palabras brotaban de sus labios como un río, llenas de poder y de verdad.

Afuera, el viento comenzó a calmarse. Las nubes se abrieron, dejando pasar rayos de luz que iluminaron las aldeas devastadas. La lluvia cesó, y en su lugar, un arcoíris se extendió sobre el horizonte. La tormenta se desvaneció, pero no sin dejar su marca.

La sacerdotisa salió afuera y miró hacia el cielo. Sabía que su decisión había tenido un costo. La rosa azul ahora brillaba con más intensidad, y sentía sus raíces más profundas que nunca. Pero también sabía que había hecho lo correcto. Había elegido salvar a los demás, incluso a riesgo de perder su propia humanidad.

Con un suspiro, se arrodilló sobre la tierra húmeda y comenzó a rezar, no para pedir perdón, sino para agradecer. Había tomado la decisión correcta.


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