🌕🤍🧡 Reflejos de una Lunática en los Charcos – Relato
La luna llena brillaba sobre su cabeza, como un reflector que parecía reservado solo para ella. Su figura enigmática, caminaba con paso decidido a través de las calles húmedas, empapadas por una tormenta reciente. Cada charco que pisaba reflejaba su silueta, deformando levemente su imagen, como si el agua intentara descifrar su naturaleza.
Su atuendo era tan caótico como el mundo que la rodeaba: un corsé negro brillante ceñido a su cintura, que reflejaba la luz lunar como si fuera una armadura de obsidiana. Los pantalones de látex, asimétricos y de colores opuestos, naranja y blanco, parecían gritar desafío al orden establecido, mientras el vestido que flotaba a su alrededor se movía como un espectro danzante, envolviéndola en un aura casi sobrenatural. En su brazo izquierdo llevaba un guante largo de látex negro, mientras que en el derecho lucía uno rojo sangre, como si en cada mano guardara una dualidad secreta.
Pero eran sus ojos los que capturaban las miradas y desarmaban las mentes. Lucía una marcada heterocromía: uno era dorado, como el sol en su máximo esplendor, y el otro azul, profundo e infinito como el cielo despejado. Ambos parecían sostener mundos enteros en sus iris, mundos que ella había visto y entendido, pero que nadie más podría siquiera imaginar.
Sus labios se curvaron en una sonrisa casi imperceptible mientras avanzaba, dejando un eco constante de sus botas resonando en la noche. «¿Cordura?» murmuró, con un tono que parecía una pregunta, pero también una declaración. ‘En un mundo tan perdido, la verdadera locura es no darse cuenta de lo que ocurre.‘
El campanario de un viejo reloj marcaba la hora. Ella se detuvo un instante frente a un pequeño jardín que luchaba por existir entre el cemento de la ciudad. Las flores, aún empapadas por la lluvia, parecían inclinarse hacia ella, atraídas por su presencia. Se agachó, rozando una margarita con la punta de su guante rojo. «Incluso aquí hay belleza, pero también sois frágiles.«, murmuró, diriéndose a las flores. Su tono se tornó grave. «Y no durareis mucho más si nadie os defiende.«
Se irguió de nuevo, su figura recortada contra la luna llena. Sabía que su apariencia llamaba la atención, que muchos la habían visto pasar y habían susurrado historias sobre «la lunática de los ojos desiguales». Pero no le importaba. En un mundo tan roto, era mejor que la tomaran por loca, porque solo los verdaderos insensatos no intentaban reparar lo que otros daban por perdido.
Con un último vistazo al jardín, siguió caminando hacia lo desconocido. La ciudad parecía respirar con ella, y cada paso resonaba como un latido. La luna, su única aliada, seguía su marcha, sabiendo que, aunque incomprendida, ella veía el mundo tal como era: un caos hermoso que aún merecía ser salvado.