🌲📷🌲 Una Foto Robada Sobre el Musgo – Relato

El agua del arroyo corría con suavidad, rompiendo el silencio del bosque con su murmullo constante. La chica se había detenido a descansar, sentada sobre el musgo fresco que crecía sobre las rocas. Sus dedos rozaban los diminutos filoides verdes del musgo, húmedos y suaves, mientras su mirada vagaba perdida en los reflejos cristalinos del agua. La luz se filtraba entre las copas de las coníferas, acariciando su cabello rojo y tiñendo el bosque de un verde profundo. La paz del entorno contrastaba con la sombra de melancolía que pesaba en sus ojos, como si buscara algo entre la bruma que envolvía el paisaje.

Pero entonces, un sonido distinto rompió el momento: el «clic» seco de una cámara fotográfica. Ella giró la cabeza despacio, con una mirada que no era exactamente de enojo, pero sí de clara incomodidad. Frunció los labios, como si buscara palabras, y finalmente murmuró: «Te dije que no me gustan las fotos.» Su tono era más cansado que enfadado, pero no se movió. Había algo en ese instante que, a pesar de todo, merecía quedarse inmortalizado.

Un nuevo «clic» resonó, más fuerte esta vez. Ella levantó la vista, sorprendida, sus ojos verdes chispeando con una intensidad que hizo retroceder al fotógrafo. «¿Otra más?» preguntó con voz calmada pero cargada de una amenaza implícita. Se puso de pie con lentitud, sacudiéndose el musgo de la falda. Su silueta parecía absorber la luz, volviéndose casi imponente bajo los haces de sol.

El fotógrafo tragó saliva, aunque su cámara seguía firme entre sus manos. Ella dio un paso hacia él, señalándolo con un dedo enguantado. «Hazlo otra vez y veremos qué pasa con tu cámara. Y contigo.» Sus palabras eran tan afiladas como el filo de un cristal roto. No estaba bromeando.

El fotógrafo esbozó una sonrisa nerviosa, bajando la cámara con torpeza. «Ya… ya tengo suficientes fotos,» tartamudeó, aunque sus dedos temblaban al ajustar la correa.

Ella no dijo nada más. Se giró, volvió a sentarse sobre el musgo y dejó escapar un suspiro. Por un momento, pareció que el murmullo incesante del arroyo recuperaba su protagonismo, pero algo había cambiado en el aire. El fotógrafo se quedó allí un instante más, indeciso, antes de girarse y desaparecer entre los árboles.

La chica observó su reflejo en el agua y esbozó una leve sonrisa. Tal vez, pensó, alguna foto sí que hubiera valido la pena.


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