🛍👑🏙 Las Compras de una Reina Urbana – Relato

La joven caminaba entre los edificios con una confianza que desarmaba a cualquiera. Cada paso suyo era un ruidoso manifiesto, una declaración de independencia que se reflejaba en la cadencia segura de sus tacones al golpear el duro pavimento. El Sol, alto en el cielo, acariciaba el brillo impecable de su atuendo, que relucía como un espejo oscuro. Su regia presencia no solo se sentía, se imponía. A cada metro que avanzaba, las miradas se giraban, atraídas por una mezcla de envidia y admiración.

En sus manos llevaba bolsas de papel brillante, sus últimas compras, trofeos de una conquista que no tenía lugar en campos de batalla, sino en escaparates. En esa guerra encarnizada, ella siempre ganaba, pues conocía perfectamente su territorio y dónde encontrar lo que quería. Los vaqueros ajustados le aportaban un aire rebelde y espontáneo, que contrastaba de forma exquisita con el refinamiento de sus guantes negros de látex. No era solo su ropa la que contaba una historia, sino cómo la llevaba. Hasta su cinturón, con su hebilla de metal, parecía susurrar secretos de noches llenas de aventuras.

El viento era cómplice de su elegancia. Su cabello, rosado como un amanecer, ondeaba al compás de la brisa y lanzaba destellos de color en la atmósfera grisácea de la ciudad. Cada movimiento de esta «reina no coronada» era un espectáculo, una declaración muda de que no le hacía falta hablar para que la ciudad entendiera quién mandaba. Una verdadera reina no necesita decirlo verbalmente. La multitud se hacía a un lado sin que ella lo pidiera, como si su sola mirada bastase para regular el tráfico.

Los edificios, con sus fachadas desgastadas y sus letreros coloridos, parecían inclinarse ligeramente hacia ella, rendidos a su paso. Los grafitis en las paredes, los escaparates llenos de luces, incluso las grietas en las aceras parecían formar parte de un escenario cuidadosamente diseñado para ensalzar su figura. No era la dueña oficial de esas calles, pero ¿qué importaba? En su andar quedaba claro que la ciudad ya era suya, no por fuerza, sino por pura presencia.

En su mundo no había lugar para las inseguridades ni para las concesiones. La ciudad, ruidosa y bulliciosa, parecía aquietarse para escuchar el eco de sus pasos. No necesitaba dominarla, porque ya era suya. Desde las aceras hasta el cielo urbano que se extendía sobre su cabeza, todo parecía pertenecerle. Era, sin duda, la reina de su propio imperio de cemento y asfalto.


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