Anatomía del Leviatán atlante
En el año 2001, entraba en el cine dispuesto a disfrutar de un buen largometraje de animación. Sentado en la butaca, con un cubo de palomitas la mano y sin ver un carajo al apagarse las luces de la sala, esperaba intranquilo a que empezase la película de aventuras de la factoría Disney titulada «Atlantis, el Imperio Perdido«. El tráiler de la película no me había preparado el espectáculo gráfico que iba a protagonizar el leviatán atlante, una criatura tan increíble como insospechada. En esta entrada, vamos a hacerle un homenaje a este artrópodo colosal y analizar su anatomía, más o menos como hicimos con la Sirenita.

«El monstruo que guarda la entrada de la Atlántida»
Empezaremos con una breve introducción. Un gran buque de carga parte desde la costa oriental norteamericana a comienzos de la Gran Guerra que sacudiría el mundo entero entre los años 1914 y 1918. En su bodega transporta al «Ulises», un submarino adelantado a su tiempo y cargado con el último grito de la tecnología en el campo de la navegación submarina, excavación y armamento.

Los mejores técnicos venidos de todos los rincones del mundo forman el cuerpo principal de una expedición arqueológica en busca de la legendaria ciudad perdida de la Atlántida, la cual se cree situada en el interior de una gran cámara de aire atrapada bajo el fondo marino. Pero antes de poder desembarcar en la burbuja, primero necesitarán que el submarino les lleve hasta allí.
Cuando van acercándose al cañón submarino que conduce a la ciudad perdida, Milo Thatch (cartógrafo, lingüista y fontanero de la expedición) habla a la tripulación sobre la leyenda del leviatán, el monstruo que guarda la entrada de la Atlántida. Él opina que debe tratarse de una escultura, y los otros se lo toman a broma. Pero a nadie se le ocurre pensar que el guardián de la Atlántida podría ser muy real.


«Con algo así yo pediría vino blanco, ¿no crees?»
Y tanto que es real. Los focos eléctricos del «Ulises» iluminan los restos destrozados de cientos de navíos hundidos, mientras siguen avanzando sin ser conscientes de donde se están metiendo. Tremendos rugidos metálicos reverberan en las paredes de roca y los hidrófonos del casco, estremeciendo a toda la tripulación. Han invadido la guarida del leviatán atlante, y lo van a pagar muy caro.
Despertado por la brillante luz eléctrica del submarino, el leviatán se sacude los sedimentos del lecho oceánico y entra en acción. Su misión, su motivo de existencia, es eliminar a todo aquel que se atreva a penetrar en su guarida. Fue construido para defender la entrada a la Atlántida, y hará honor a su cometido.
El guardián sale de entre las sombras y revela sus dimensiones colosales y su verdadera forma. No es una ballena, ni una serpiente marina; es una tremebunda criatura biomecánica que recuerda a alguna monstruosa langosta marina, de fuerte exoesqueleto externo a modo de armadura y extremidades articuladas.


Vamos a ver. Es innegable que el leviatán recuerda a algún artrópodo, pero no está tan claro que podamos clasificarlo entre los crustáceos, como las langostas. Durante su corta e intensa lucha que mantiene contra el submarino «Ulises» y su valiente tripulación, podemos apreciar que el leviatán atlante no tiene sólo rasgos de langosta, sino también de otros artrópodos como los insectos y los arácnidos.
Yo os propongo ir analizando paso a paso la anatomía externa de este coloso oceánico y ver a que distintos grupos de artrópodos corresponden sus distintos elementos. Y puesto que es un buen principio, comenzaremos por la cabeza.
Cabeza y quelíceros
Lo primero que salta a la vista en la anatomía del leviatán atlante es su cabeza, que está separada del tórax por un cuello diferenciado, independizando así su movimiento del resto del cuerpo. Entre los crustáceos más evolucionados, la cabeza se encuentre soldada a los primeros segmentos del tórax y forman una sola unidad funcional denominada cefalotórax, de tal manera que ni hay cuello ni la cabeza puede moverse de manera independiente.
Los insectos son casi el único grupo de artrópodos con la cabeza independiente y unida al tórax por un cuello flexible que permite gran libertad de movimientos, tal y como comprobamos en el leviatán.



También podemos ver que tiene crustáceos e insectos tienen antenas en la cabeza. Los insectos tienen un par de antenas, mientras los crustáceos tienen dos pares.
Una de las características anatómicas que distinguen a insectos y crustáceos entre los demás artrópodos son las antenas en la cabeza. Sin embargo, en la cabeza del leviatán atlante faltan unas buenas antenas, y en su lugar, presenta un par de pequeñas pinzas a ambos lados de la cabeza que son las que utiliza para sujetar el submarino y examinarlo con detenimiento.
Estas pinzas son quelíceros, exclusivos de los arácnidos y demás miembros del subfilo Quelicerados. En concreto, los quelíceros del leviatán me recuerdan mucho a los quelíceros de los escorpiones. Los escorpiones, como pasaba con los crustáceos, tampoco tienen cuello diferenciado y la cabeza está unida con el tórax en una unidad funcional, que en su caso se llama prosoma.


Resumiendo: el leviatán atlante tiene una cabeza diferenciada, como los insectos; pero carece de antenas y dispone de quelíceros en forma de pinza, como los escorpiones y otros arácnidos. Pasemos al tórax.
La heteroquelia de los quelípedos
Por favor, no os asustéis con semejante título porque en seguida vais a entender perfectamente lo que significan «heteroquelia» y «quelípedos». Aparte de sus pequeños quelíceros, nuestro leviatán cuenta con unos enormes brazos articulados acabados en pinzas que emplea más como armas de ataque y defensa que como instrumentos de precisión para manipular objetos delicados.
Hemos visto que los escorpiones también presentan dos juegos de pinzas: unas diminutas cerca de la boca, que son los quelíceros; y otras mucho mayores que son las que más nos llaman la atención y en los escorpiones se llaman pedipalpos.

Sin embargo, los escorpiones no son ni mucho menos los únicos artrópodos famosos por sus pinzas, puesto que los crustáceos también tienen. En el caso de los cangrejos y sus parientes, las pinzas mayores reciben el nombre de «quelípedos«, y si nos fijamos un poco vamos a ver que las pinzas gigantes del leviatán tienen más en común con los quelípedos de los crustáceos que con los pedipalpos de los escorpiones.
Cuando observamos con cuidado las pinzas grandes del leviatán comprobamos que no son iguales. La pinza izquierda del leviatán es lisa y de bordes afilados, hecha para cortar y despedazar; mientras que la derecha es ancha y más robista, perfecta si desea aplastar algo, (un trasatlántico, por ejemplo).
A esta marcada asimetría entre las pinzas mayores se le llama «heteroquelia» y es la misma que presentan los bogavantes (Homarus gammarus), que también tienen una de sus pinzas especializada en aplastar y la otra en cortar. Así siempre puede contar con la herramienta perfecta para cada ocasión, dependiendo de la presa con la que se encuentre. Si algún día coméis bogavante fijaos en este detalle.


La heteroquelia no siempre es tan sutil como en los bogavantes o en nuestro querido leviatán. La máxima expresión de la heteroquelia en los crustáceos aparece en los cangrejos violinista, todos del género Uca. Los machos de estos cangrejos costeros tienen uno de sus quelípedos hipertrofiado, y lo utilizan como reclamo sexual para atraer a las hembras y en las luchas rituales contra otros machos.

Lo que debe quedarnos claro es que los quelípedos de los crustáceos pueden presentar heteroquelia y ser diferentes entre sí, pero los pedipalpos de los escorpiones siempre son iguales. Dado que el leviatán atlante también es heteroquélico, está claro que sus pinzas mayores se identificarán con los quelípedos de los crustáceos. Dicho queda.
Natación al estilo de los euriptéridos
Tras un tórax corto y robusto, el cuerpo del leviatán se extiende con un abdomen segmentado rematado por una aleta caudal, que el leviatán utiliza para impulsarse a través del agua. Entre los artrópodos, a este último segmento se le denomina telson.

El estilo de natación del leviatán no se parece en nada al de los crustáceos modernos, y no quiero decir que no haya crustáceos nadadores, sino que los crustáceos nadadores nadan de un modo muy distinto. Por ejemplo, el krill antártico se mueve con movimientos metacrónicos de sus pleópodos, es decir, remando con las pequeños apéndices que cuelgan de su abdomen.

Pero ningún crustáceo se impulsa con una aleta caudal, y lo más parecido que podemos encontrar es el reflejo de huida de las gambas o los cangrejos de río, que al sobresaltarse, contraen bruscamente su cola y salen despedidos hacia atrás. Esta es una reacción de defensa muy eficaz, pero no es su manera normal de desplazarse.
Si queremos encontrar artrópodos que naden agitando el abdomen tendremos que remontarnos a la sagrada antigüedad, a un tiempo en el que las criaturas marinas vivían aterrorizadas por enormes escorpiones acuáticos de hasta tres metros de largo.

Los euriptéridos, como el gigantesco Pterygotus, no son realmente escorpiones pero se les conoce así por su semejanza externa con ellos. Al igual que el leviatán, tienen el abdomen alargado y terminado en un telson aplanado en forma de aleta caudal. Es el mejor modelo con el que podemos comparar la natación del guardián atlante.
En los ojos del leviatán
Sólo una cosa me queda por decir, y es que me encantan los ojos del leviatán atlante. Si algo podría hacer aún más pavorosa a esta tremebunda criatura robótica, son unos ojos rojos y luminosos de mirada amenazante. Son geniales, no se me ocurre otra manera de describirlos.

En los ojos del leviatán atlante hay un detalle anatómico que, contra lo que podría pensarse, lo aleja radicalmente de los artrópodos y lo asocia con los vertebrados. Durante la flipante escena en la que el guardián de la Atlántida echa una furiosa mirada a quien se han atrevido a invadir su santuario, podemos ver bien de cerca uno de sus ojos. Así nos revelan que el leviatán no es un animal, sino una máquina y sus ojos están protegidos por obturadores como los empleados por las cámaras fotográficas.

El obturador de una cámara fotográfica está formado por un conjunto de finas láminas que se deslizan sobre si mismas para dejar una apertura circular entre ellas. De este manera, el fotógrafo puede regular el paso de la luz hacia el interior de la cámara en función de la iluminación exterior. Si quieres hacer una foto a plena luz del día, lo cierras; y si la foto es nocturna, pues lo abres todo lo posible.
Es un sistema muy parecido al que tenemos en nuestros ojos. El iris (es decir, la parte coloreada del ojo) funciona como un obturador, dilatando o contrayendo el orificio central (la pupila) por donde entra la luz hasta el fondo del ojo, donde se forma la imagen en la retina. Dependiendo de la luz ambiental, la pupila estará más o menos dilatada.

Los artrópodos no tienen dispositivo alguno que les permita regular la cantidad de luz que llegará al fondo del ojo, vamos una estructura análoga a nuestro iris para dilatar o contraer la pupila. En este hecho, los ojos del leviatán atlante se parecen más a los nuestros que a los de ningún artrópodo.
Conclusión
Como en su día lo fue la princesa Aurora, el leviatán atlante es otro de los personajes desaprovechados de la factoría Disney; un fiel defensor que con todo el esfuerzo que se habrá invertido en su diseño y animación por ordenador, apenas sale unos minutos en toda la película. Una verdadera lástima. Y por eso mismo, he querido ofrecerle el leviatán este homenaje en «AdenofreakTP», para que este artrópodo magnífico no caiga sin más en el olvido.
