⚓😤📸 La Capitán Impaciente y el Fotógrafo Pervertido – Relato
El sol castigaba el puerto con un resplandor implacable, haciendo que el aire oliera a madera caliente y salitre. Las gaviotas graznaban en lo alto, indiferentes al bullicio de los trabajadores que iban y venían entre los buques anclados. Pero todo aquel ruido, toda aquella rutina, no tenía ninguna importancia para la capitán Nereida.
Caminaba con pasos firmes sobre la madera del muelle, sus botas resonando con cada pisada, como si estuviera marcando el ritmo de su propia furia contenida. Su mirada era la de una depredadora frustrada. Su ceño se fruncía con la intensidad de una tormenta contenida. Sus labios formaban una línea tensa, y sus manos se cerraban en puños dentro de los guantes de cuero.
Su barco, su preciado navío de guerra, estaba siendo reparado y ella solo podía esperar. Y cuánto odia esperar. Cada minuto que pasaba en tierra era un insulto, para ella y para su tripulación. Nereida estaba lista para zarpar, pero en el astillero decían que la «obra viva» de su navío (es decir, la parte del casco por debajo de la línea de flotación) necesitaba refuerzos y las válvulas de lastre requerían ajustes. Además, la burocracia del puerto exigía tiempo y mucho papeleo. Nereida odiaba el papeleo, y la paciencia tampoco era una de sus virtudes.

Nereida se dejó caer en un banco de madera, resoplando y ajustando sus guantes de cuero con un movimiento tenso. Su chaqueta descansaba sobre sus hombros, el forro de piel acariciando su cuello con un leve calor reconfortante. Apretó la mandíbula y fijó la vista en el horizonte, como si pudiera acelerar el tiempo solo con su voluntad.
Fue entonces cuando lo sintió. Alguien la estaba observando. Era una sensación familiar, un instinto pulido tras años de mando, después de tantas veces siendo observada por marineros y soldados… y, esta vez, por una rata con cámara fotográfica. A unos metros de distancia, oculto tras unos contenedores de suministros, había un hombre con una cámara. Ya había oído sobre él. Según los informes de inteligencia, era un fotógrafo furtivo que llevaba meses merodeando por el puerto y robando fotos sin permiso de todo el personal femenino. Oficiales, enfermeras militares y secretarias civiles; ninguna mujer estaba a salvo. Hasta ahora, siempre había logrado escabullirse antes de que pudiera hacerse algo al respecto. Pero esta vez, no iba a ser así.
—No vas a escaparte —susurró Nereida en voz baja, con una leve sonrisa, saboreando lo que iba a pasar a continuación.
No giró la cabeza de inmediato. Primero, cerró los ojos un instante, afinando los sentidos y planeando sus movimientos. Pudo sentir la mirada clavada en ella, el peso del objetivo de la cámara enfocándola. Nereida esperó tranquila a que él tomara su foto. Dejó que se confiara, que disfrutara, y creyese que, como siempre, se saldría con la suya.
El fotógrafo seguía maravillado por la imagen que había capturado, pues no todos los días se veía a una capitán de navío con ese porte, esa mirada que desafiaba al mundo. Sí, le gustaba lo que había capturado. Le gustaba demasiado como para darse cuenta del peligro que corría.
Y entonces, en un solo y fluido movimiento, Nereida se levantó con la velocidad de una tormenta desatada, su abrigo ondeando tras ella como una vela al viento, y se abalanzó su presa. El fotógrafo se dio cuenta demasiado tarde. Levantó la vista de su cámara justo a tiempo para ver cómo unas manos femeninas se cerraban alrededor de sus orejas con una precisión brutal.
Ya no tenía escapatoria. El fotógrafo dejó caer su cámara y se retorció intentando zafarse, pero el agarre de la capitán era de hierro. Cada intento de moverse solo intensificaba el dolor.
—¡AY! ¡A-ay! ¡C-Capitán, yo solo…!
—¡Silencio! —dijo Nereida con voz imperiosa. El tirón en las orejas fue tan brusco que el fotógrafo cayó de rodillas de puro dolor.— No quiero oír tus explicaciones. Sé muy bien quien eres. Tú eres ese pervertido asqueroso que ha estado jugando a sacarnos fotos a todas las mujeres de este puerto militar, y siempre te escabullías como una rata de bodega, ¿verdad? Pero hoy, querido, es un día especial.
El fotógrafo abrió la boca para protestar, pero lo único que salió fue un grito ahogado. Quizás temía realmente que ella fuera capaz de arrancarle las orejas de cuajo en un arranque de ira si decía una palabra de más. Nereida sonrió, inclinando apenas la cabeza, saboreando su triunfo mientras dominaba a su presa con una facilidad insultante. Sin soltarlo en ningún momento, le arrastró hasta el borde del muelle, donde rompían las olas.
—¡A-ah! ¡Espere, por favor! —suplicó el fotógrafo, viendo como la capitán tiraba de él sin ninguna misericordia.
—¿Qué espere, dices? Va a ser que no —negó Nereida con una sonrisa sombría. Lo estaba disfrutando.— Puedo esperar a que suba la marea, puedo esperar a que reparen mi barco, pero tú no mereces que espere por ti. Mi paciencia es un recurso muy escaso.
Y sin más, le propinó una patada firme y potente en el pecho que le hizo salir despedido hacia el agua.
¡¡¡SPLASH!!!
Unos tres metros más abajo, el agua fría del puerto lo recibió con una sonora salpicadura y una bofetada de realidad. Nereida se acercó al borde y observó con satisfacción cómo el fotógrafo emergía, tosiendo y chapoteando como un pez fuera de su elemento. Tenía las orejas enrojecidas, pero aun las conservaba.
—Qué bien que sepas nadar, desgraciado, porque si encima tuviera que bajar a rescatarte lo lamentarías de verdad —comentó ella con frialdad, alzando la voz para asegurarse que él la oía. Levantó la mano y señaló.— Si nadas hacia allí encontrarás una escalerilla.
Se giró sobre sus talones y fue a recoger la cámara fotográfica, que brillaba en el suelo allí donde había caído. Cuando levantó la vista, vio a unas enfermeras que habían presenciado la escena desde lejos, y comentaban algo entre ellas, impresionadas y escandalizadas. Sin duda, pronto correría la voz por todo el puerto.
Nereida no les prestó atención. Sin añadir nada más, se marchó en dirección al astillero, con su abrigo ondeando a la brisa marina y una sombra divertida bailando en su sonrisa. Sí, su humor había mejorado considerablemente.
La espera por su barco no había terminado, pero al menos el día había valido la pena.