🤍💧🌺 Belleza Leucista en el Invernadero Inundado – Relato
El invernadero estaba bañado por la luz de la mañana cuando llegué, esa luz dorada y difusa que parece filtrarse a través de los cristales como si el Sol primaveral tuviera prisa por iluminar todo a su paso. Llevaba mi cámara bajo el brazo, como siempre, listo para una sesión de fotos con Celeste, la joven que cuidaba aquel invernadero. Pero lo que vi al cruzar la puerta me dejó sin aliento.
El suelo estaba completamente inundado, y el agua estancada reflejaba el cielo y las flores que colgaban del techo, creando un espejo natural que transformaba el espacio en algo mágico. En medio de aquel caos, estaba Celeste arrodillada en el agua, sin reparar en mi llegada. Su largo cabello leucista brillaba como la nieve bajo la luz del sol, y su vestido se extendía sobre la superficie del agua. Las pequeñas flores que llevaba entre sus mechas parecían fundirse con el entorno, como si fueran parte de aquel paisaje improvisado. Pero ella no veía la belleza de aquel momento. Solo veía el desastre.
Cuando alzó la vista hacia mí, sus ojos azules, pálidos como la bruma de la mañana, reflejaban una mezcla de vergüenza y preocupación. Parecía a punto de echarse a llorar.
—Lo siento —dijo apresuradamente, levantándose con torpeza y salpicando agua a su alrededor—. Dejé abierto el colector de lluvias y se ha inundado el invernadero. No puedo dejar que me fotografíes así. Todo esto es un desastre.
Me quedé quieto, observándola con atención. Era evidente que Celeste estaba preparada para la foto. Llevaba un vestido qipao de seda roja, ahora empapado en los bajos. Su cabello largo y blanco estaba adornado con pequeñas flores que parecían hechas para ella y combinaban con los detalles florales bordados en su atuendo. Pero lo que más me impactó fue cómo la luz jugaba con el agua bajo sus pies, reflejando su imagen con una belleza inesperada, como si el universo hubiera decidido pintar un cuadro solo para mí.
—Celeste… —dije en voz baja, y sin pensarlo dos veces, me arrodillé frente a ella.
Ella se alarmó de inmediato.
—¡No, no, no! ¿Qué haces? ¡Vas a mojarte, y con que me moje yo es suficiente!
—Bueno, ya estoy mojado —dije, sonriendo e ignorando el agua que empapaba mis pantalones.
Ella abrió la boca, pero se quedó sin palabras. Luego frunció el ceño con confusión.
—¡Eso suena muy raro! ¿Lo sabías?
No pude evitarlo. Solté una carcajada, un sonido que resonó en la humedad del invernadero como un eco cálido. Celeste, tras un momento de duda, también se rió, ocultando el rostro tras sus manos en un gesto de pura humildad. Su risa era suave, como el tintineo de una campanilla, y por un momento, el desastre pareció desvanecerse.
Cuando la risa se desvaneció, saqué mi cámara de la funda, con cuidado de que no se mojara. Miré a Celeste, que seguía de pie ante mí, como una flor blanca y carmesí plantada sobre un estanque.
—Escúchame, Celeste —dije con suavidad, como si temiera asustarla—. Sabes que he venido hasta aquí para tomar un foto hermosa para colgarla en mi blog, ¿verdad?
Ella asintió, aún insegura, jugueteando nerviosa con el borde de su vestido empapado.
—Entonces mírate —señalé el reflejo en el agua—. No hay nada más hermoso que esto.

Celeste bajó la mirada, y por primera vez, observó su reflejo en el agua como yo la veía. Nunca se había visto de esa manera. El agua capturaba su imagen, distorsionándola ligeramente, pero al mismo tiempo, la hacía parecer más etérea, más irreal… más hermosa de lo que jamás se había permitido pensar. La luz del sol se refractaba en el agua, creando un halo dorado alrededor de su figura, y las flores que llevaba en el cabello parecían flotar en el aire.
Sus mejillas se tiñeron de un leve rubor, y sus labios esbozaron una sonrisa tímida. Volvió a arrodillarse para ponerse a mi altura. Sus medias brillantes lanzaban destellos, y el vestido se extendió a su alrededor. Como ya estaba mojada, no le importó mojarse un poco más.
—Nunca… me había visto así —murmuró, apenas un susurro.
Sonreí, tomando mi cámara con determinación.
—Ahora, ¿me permites hacerte algunas fotos? Y no te preocupes por este estropicio, que en cuanto terminemos te ayudaré a recoger toda el agua— añadí.
Ella también sonrió, y asintió con felicidad en su cara. Se irguió con elegancia, colocando las manos entre sus rodillas, y me miró con una mezcla de nervios y expectación, mientras enfocaba. Era un visión perfecta: un leve rubor en su rostro, las curvas de su escote, la caída de su cabello blanco, la forma en que la luz jugaba con el agua bajo ella…
Cuando terminé, Celeste salió corriendo a buscar cubos y fregonas y empezamos a recoger el agua. Todavía con un leve sonrojo en las mejillas, ella se detuvo un momento y tomó una pequeña flor de su cabello. Se acercó a mí y, con timidez, la deslizó entre mis dedos.
—Gracias por quedarte —susurró—. Y por ver belleza en mi desastre.
Observé la flor en mi mano y luego a Celeste, sonriendo con calidez, una sonrisa humilde y genuina capaz de derretir cualquier cosa.
—Fue todo un placer.
Y así, entre flores y agua derramada, la historia de Celeste y su reflejo quedó grabada en algo más que un lienzo. Aquel día, el invernadero no solo fue testigo de un desastre, sino también de cómo la belleza puede surgir en los lugares más inesperados, y cómo dos personas pueden encontrarse en medio del caos para crear algo bonito.