🤍☀️❄️ Doncella Albina al Sol de Medianoche – Relato
El hielo crujía bajo sus pies con un sonido sutil, casi reverente. La luz del Sol de medianoche bañaba el paisaje en tonos de oro y rosado, reflejándose en el mar tranquilo y en los bloques de hielo que flotaban a la deriva. Ella caminaba sola, como siempre le gustaba caminar. No aguantaba mucho a la gente.

Su silueta se fundía con el blanco infinito, envuelta en un vestido blanco que parecía tallado de la misma nieve que la rodeaba. Su rostro era una mezcla perfecta de serenidad y determinación. Los ojos rojos, una característica tan inusual como ella misma, brillaban con intensidad bajo el resplandor del Sol nocturno. Había algo en su mirada que hablaba de resistencia, de una vida entera enfrentando desafíos que otros no entenderían. Su albinismo la había marcado desde el nacimiento, no solo con su peculiar belleza, sino con la necesidad de enfrentarse a un mundo donde todo parecía un obstáculo: el Sol que quemaba su piel, la luz que hería sus ojos, las miradas de los demás que no podían apartarse de ella.
Por eso le molestaba estar entre la gente. Pero aquí, entre el hielo y el cielo, era diferente. Aquí, ella era parte del paisaje. Aquí, no era una anomalía.
Se detuvo al borde del agua, el viento acariciando su cabello blanco como si intentara desordenarlo. Miró el horizonte del mar, donde el Sol flotaba inmóvil sobre el océano helado. Su mano apretó con fuerza el mango de la sombrilla, mientras su respiración se mezclaba con el aire helado en pequeñas nubes que se desvanecían rápidamente. No era la primera vez que venía a este lugar. Aquí, en los confines del mundo, parecía encontrar algo que no podía hallarse en ningún otro sitio: silencio, paz y respuestas.
El agua, tranquila y resplandeciente, reflejaba su figura como si también reconociera en ella algo sagrado. Lentamente, cerró los ojos y dejó que los sonidos del Ártico llenaran su mente. Quizás buscaba olvidar. Quizás buscaba recordar. Nadie lo sabía, y ella no iba a explicarlo.
Cuando dio media vuelta para regresar, sus huellas en el hielo fueron las únicas que quedaban como testigos de su presencia. Y con cada paso que daba, la luz dorada pareció despedirse de ella, como si supiera que acababa de perder a su reina albina.